El aumento del uso del maíz para producir etanol dispara el precio de las tortillas FRANCESC RELEA - México - 24/01/2007
Julia González compra cada semana dos kilos de tortillas de maíz (unas 40 unidades), que consumen invariablemente los cuatro integrantes de su familia. Los tacos de res o de pollo, las quesadillas o los taquitos dorados (tortillas fritas en aceite) no son los únicos platos a base de maíz que se consumen en casa de los González. El pozole, una variante de cocido a la mexicana, el atole dulce, como postre o para el desayuno, o el piloncillo, son platos preparados a partir México cubre el déficit de maíz para su mercado interior con la importación de EE UU
Este grano es elemento básico de la dieta de mexicanos, centroamericanos y buena parte de los pueblos de América Latina. Julia compra estos días el kilo de tortillas a 10 pesos (unos 70 céntimos de euro), tres más del precio habitual, un aumento disparatado para una economía modesta. Los pobres llevan la peor parte de la subida del precio del maíz en México, que el Gobierno de Felipe Calderón se esfuerza por atajar.
El aumento de las tortillas se ha convertido en tema de debate nacional, sólo comparable con las medidas para combatir el narcotráfico que han puesto en marcha las nuevas autoridades mexicanas. Las consecuencias de la subida del maíz son incalculables, y nadie duda de que ya está afectando seriamente a los bolsillos de millones de mexicanos. Hay que señalar, además, que el 45% de los pollos y el 20% de los cerdos se alimentan del preciado grano. "Hay que poner a dieta a los pollos, las gallinas y los puercos para que no traguen todo el maíz y le dejen algo a los humanos", escribía un columnista del diario Milenio a la hora de abordar en clave de humor el aumento del precio del maíz.
México produce 21,3 millones de toneladas de grano al año, en sus distintas variedades, y el consumo humano y forrajero demanda 39 millones. El déficit de 17,7 millones de toneladas se cubre, básicamente, con la importación de maíz de EE UU, principal abastecedor. Aunque el Gobierno mexicano se resiste a aceptar que los efectos inflacionistas serán poco menos que inevitables, diversos sectores han dado la voz de alarma. El gremio de restauración, por ejemplo, que aglutina a 280.000 establecimientos en todo el país, que generan más de 800.000 empleos directos en una industria que representa el 28% del ingreso por turismo y supone el 2,4% del producto interior bruto (PIB) nacional.
Algunos comentaristas han acuñado el término "etanoinflación" para referirse al detonante del aumento del precio del maíz: el incremento de la demanda para producir etanol como combustible en EE UU. La conversión de maíz en energía se sostiene gracias a los subsidios a los productores de grano y a las refinerías de combustible. Los efectos de la decisión del Gobierno de Washington de apostar por el etanol han puesto de relieve dos cosas: por una parte, la tremenda dependencia económica de una nación como México, y los efectos contrapuestos en el Norte y el Sur que puede tener cualquier medida de política económica adoptada en el coloso vecino estadounidense.
Estados Unidos es el mayor productor y exportador de maíz. Ningún país está en condiciones de competir con el maíz subsidiado por el Gobierno norteamericano, al que tienen que recurrir naciones como México. Es imprescindible un aumento de la producción nacional de grano, claman algunas voces. Pero el vaivén de precios es rentable para los productores mexicanos, conscientes de que está en juego el alimento más importante en la mesa de los mexicanos y de las familias más necesitadas. Ha quedado demostrado que cualquier sacudida en los mercados internacionales puede provocar una crisis interna en México, a la que no son ajenas los especuladores y acaparadores que aprovechan para hacer su agosto.
El diario Los Angeles Times se pregunta cuánto tiempo puede durar la bonanza del etanol, pero las consecuencias de la sed en EE UU por el nuevo combustible empiezan a sentirse en todo el mundo de manera desigual: grandes beneficios para los productores de maíz y altos costes para consumidores, ganaderos y fabricantes de alimentos.
Julia González compra cada semana dos kilos de tortillas de maíz (unas 40 unidades), que consumen invariablemente los cuatro integrantes de su familia. Los tacos de res o de pollo, las quesadillas o los taquitos dorados (tortillas fritas en aceite) no son los únicos platos a base de maíz que se consumen en casa de los González. El pozole, una variante de cocido a la mexicana, el atole dulce, como postre o para el desayuno, o el piloncillo, son platos preparados a partir México cubre el déficit de maíz para su mercado interior con la importación de EE UU
Este grano es elemento básico de la dieta de mexicanos, centroamericanos y buena parte de los pueblos de América Latina. Julia compra estos días el kilo de tortillas a 10 pesos (unos 70 céntimos de euro), tres más del precio habitual, un aumento disparatado para una economía modesta. Los pobres llevan la peor parte de la subida del precio del maíz en México, que el Gobierno de Felipe Calderón se esfuerza por atajar.
El aumento de las tortillas se ha convertido en tema de debate nacional, sólo comparable con las medidas para combatir el narcotráfico que han puesto en marcha las nuevas autoridades mexicanas. Las consecuencias de la subida del maíz son incalculables, y nadie duda de que ya está afectando seriamente a los bolsillos de millones de mexicanos. Hay que señalar, además, que el 45% de los pollos y el 20% de los cerdos se alimentan del preciado grano. "Hay que poner a dieta a los pollos, las gallinas y los puercos para que no traguen todo el maíz y le dejen algo a los humanos", escribía un columnista del diario Milenio a la hora de abordar en clave de humor el aumento del precio del maíz.
México produce 21,3 millones de toneladas de grano al año, en sus distintas variedades, y el consumo humano y forrajero demanda 39 millones. El déficit de 17,7 millones de toneladas se cubre, básicamente, con la importación de maíz de EE UU, principal abastecedor. Aunque el Gobierno mexicano se resiste a aceptar que los efectos inflacionistas serán poco menos que inevitables, diversos sectores han dado la voz de alarma. El gremio de restauración, por ejemplo, que aglutina a 280.000 establecimientos en todo el país, que generan más de 800.000 empleos directos en una industria que representa el 28% del ingreso por turismo y supone el 2,4% del producto interior bruto (PIB) nacional.
Algunos comentaristas han acuñado el término "etanoinflación" para referirse al detonante del aumento del precio del maíz: el incremento de la demanda para producir etanol como combustible en EE UU. La conversión de maíz en energía se sostiene gracias a los subsidios a los productores de grano y a las refinerías de combustible. Los efectos de la decisión del Gobierno de Washington de apostar por el etanol han puesto de relieve dos cosas: por una parte, la tremenda dependencia económica de una nación como México, y los efectos contrapuestos en el Norte y el Sur que puede tener cualquier medida de política económica adoptada en el coloso vecino estadounidense.
Estados Unidos es el mayor productor y exportador de maíz. Ningún país está en condiciones de competir con el maíz subsidiado por el Gobierno norteamericano, al que tienen que recurrir naciones como México. Es imprescindible un aumento de la producción nacional de grano, claman algunas voces. Pero el vaivén de precios es rentable para los productores mexicanos, conscientes de que está en juego el alimento más importante en la mesa de los mexicanos y de las familias más necesitadas. Ha quedado demostrado que cualquier sacudida en los mercados internacionales puede provocar una crisis interna en México, a la que no son ajenas los especuladores y acaparadores que aprovechan para hacer su agosto.
El diario Los Angeles Times se pregunta cuánto tiempo puede durar la bonanza del etanol, pero las consecuencias de la sed en EE UU por el nuevo combustible empiezan a sentirse en todo el mundo de manera desigual: grandes beneficios para los productores de maíz y altos costes para consumidores, ganaderos y fabricantes de alimentos.
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