M'agradaria que aquest quadern fós viu.
Heu llegit l'article del diumenge de l'Ignasi Aldomà? http://www.lavanguardia.es/web/20060312/51237114749.html
Aneu-hi i dieu que en penseu. Vinga, comentaris
ANÁLISIS
De payeses a factorías vegetales
IGNASI ALDOMÁ BUIXADÉ - 12/03/2006
Cada vez que un payés baja por última vez de su tractor y abandona definitivamente su explotación experimento inevitablemente una sensación de desánimo. Tendrá algo que ver con las propias raíces campesinas, un día cortadas. Lo cierto es que pienso, para mí mismo, que cada vez que se pierde un payés somos todos los que estamos abandonando algo en el camino. Perdemos los nombres y el conocimiento de nuestro territorio, del que nos alejamos a marchas forzadas; perdemos el contacto como sociedad con la naturaleza que provee nuestro sustento; perdemos la dignidad, el equilibrio y el coraje de un oficio intelectual y manual origen de todos los oficios... Dicho esto, lo cierto es que estos pesares poco preocupan a los mercados, y tampoco son éstos los argumentos que hacen que las administraciones destinen cifras cuantiosas a los mercados agrarios europeos y a sus productores. La protección de mercados agrícolas nace por motivos estratégicos de abastecimiento alimentario y, con la aparición de excedentes en los años ochenta, se tiñe de justificaciones territoriales y sociales. Pero la Unión Europea, que se enfrenta a países que nos compran máquinas y nos quieren vender sus productos agrícolas, tiene cada vez menos razones para proteger a sus productores agrarios. DE LA POLÍTICA AGRARIA Común (PAC) se habla mucho y, sobre todo, entre payeses; faltaría más. Las ayudas comunitarias han llegado a representar, con el paso de los años una parte sustancial de las rentas de los agricultores. Pero que nadie se engañe: por mucho que la PAC y otras actuaciones sean motivo de controversias, manifestaciones y broncas frecuentes, las ayudas y actuaciones de las administraciones públicas sólo sirven para acompañar y amainar lo que los mercados agrarios deciden. ¿Y qué deciden? Que los precios agrícolas se estabilicen o bajen y que sobran campesinos. No descubrimos nada nuevo. En el fondo, los productos que representan la mayor parte del valor añadido agrícola del país, como el porcino, la avicultura y las frutas y hortalizas, han estado y son sectores o escasa o nulamente protegidos, acostumbrados a lidiar en los vaivenes del mercado. Y no es descabellado pensar si no sería beneficioso para los propios agricultores el poder competir, libremente y sin subvenciones interpuestas, con los agricultores de otros territorios con productos altamente subvencionados. Sea como sea y dejando a un lado cálculos virtuales, es necesario que los payeses vayan dejando de mirar a la Administración y comiencen a mirar los mercados agrarios. Quizás de esta manera encuentren respuestas reales a los problemas reales. Aunque las respuestas no se presentan nada fáciles. En los últimos cincuenta años, el motor de cambio y el valor añadido generado en el sector de la alimentación se ha ido trasladando del campesino al industrial y, de éste, al comerciante. Con el recurso cada vez mayor de las familias a los platos y productos preparados, y las comidas cada vez más frecuentes fuera de casa, el centro de decisión en la cadena de producción alimentaria se aleja aún más del campesino. Ahora es el turno de las cadenas de restauración, sin descartar que las grandes cadenas de distribución rematen la labor en su empresa de dominio sectorial. En estas circunstancias, ¿qué papel le toca al payés o, si se quiere, al productor de materias primas agrarias? Asegurar un volumen importante y estable de producción, ofrecer un producto estándar y de garantías sanitarias y asegurar la producción en el tiempo previsto, además de las condiciones de presentación y precio que se deciden desde el distribuidor final. Ahora bien, ¿qué productor puede cumplir con estas condiciones? Pues sólo los productores grandes y tecnificados: lo que algunos llaman las factorías vegetales, en alusión a una organización y sistemas de producción que recuerdan los de una industria. La industrialización de la producción agrícola es un proceso que viene de lejos y que es más conocido con el nombre de modernización del campo, término que no suscita dudas y sí la adhesión del campesino. En definitiva; más tractores, más máquinas, más variedades de laboratorio... Ycon la aplicación de las biotecnologías y las nuevas tecnologías informáticas, ha de experimentar un nuevo salto. ¿Hacia dónde? Hacia más productividad y lo que los distribuidores finales pidan. Seguramente sobrará tierra para alimentarnos y habrá que ver lo que da de sí alguna otra demanda como la de los cultivos para energía (subvencionados), eso siempre que otros muy posibles imponderables no cambien las tendencias. Lo que sí está claro es que habrá cada vez menos empresas agrarias. Al fin y al cabo, 900 empresas se bastan para llevar las menos de 900.000 hectáreas de cultivo que existen, por ejemplo, en Catalunya. ¿Y QUÉ QUEDARÁ, después de todo, de nuestros payeses? Aunque los aires soplen de cara, no todo han de ser factorías vegetales. Algún espacio queda para los campesinos que subsisten bajo el paraguas de cooperativas modélicas. Algún espacio queda para los que se empeñan en hacer quesos, vinos, aceites y otros productos artesanales, a no ser que la sociedad pierda todo referente cultural pasado. Y alguna posibilidad de continuidad debería quedar también para los fruticultores y hortelanos de productos biológicos. También podría imaginarse un futuro diferente en el cual la sociedad se preocupase realmente por los problemas de salud que derivan de una alimentación desequilibrada y de productos deficientes, y valorase seriamente el patrimonio que durante milenios ha acumulado la agricultura. Entonces aparecería la necesidad de contacto del hombre con la tierra y se daría la oportunidad de rehabilitar la figura del payés. Pero, naturalmente, todo eso es mucho imaginar y la realidad acostumbra a traicionar los mejores sentimientos.
Heu llegit l'article del diumenge de l'Ignasi Aldomà? http://www.lavanguardia.es/web/20060312/51237114749.html
Aneu-hi i dieu que en penseu. Vinga, comentaris
ANÁLISIS
De payeses a factorías vegetales
IGNASI ALDOMÁ BUIXADÉ - 12/03/2006
Cada vez que un payés baja por última vez de su tractor y abandona definitivamente su explotación experimento inevitablemente una sensación de desánimo. Tendrá algo que ver con las propias raíces campesinas, un día cortadas. Lo cierto es que pienso, para mí mismo, que cada vez que se pierde un payés somos todos los que estamos abandonando algo en el camino. Perdemos los nombres y el conocimiento de nuestro territorio, del que nos alejamos a marchas forzadas; perdemos el contacto como sociedad con la naturaleza que provee nuestro sustento; perdemos la dignidad, el equilibrio y el coraje de un oficio intelectual y manual origen de todos los oficios... Dicho esto, lo cierto es que estos pesares poco preocupan a los mercados, y tampoco son éstos los argumentos que hacen que las administraciones destinen cifras cuantiosas a los mercados agrarios europeos y a sus productores. La protección de mercados agrícolas nace por motivos estratégicos de abastecimiento alimentario y, con la aparición de excedentes en los años ochenta, se tiñe de justificaciones territoriales y sociales. Pero la Unión Europea, que se enfrenta a países que nos compran máquinas y nos quieren vender sus productos agrícolas, tiene cada vez menos razones para proteger a sus productores agrarios. DE LA POLÍTICA AGRARIA Común (PAC) se habla mucho y, sobre todo, entre payeses; faltaría más. Las ayudas comunitarias han llegado a representar, con el paso de los años una parte sustancial de las rentas de los agricultores. Pero que nadie se engañe: por mucho que la PAC y otras actuaciones sean motivo de controversias, manifestaciones y broncas frecuentes, las ayudas y actuaciones de las administraciones públicas sólo sirven para acompañar y amainar lo que los mercados agrarios deciden. ¿Y qué deciden? Que los precios agrícolas se estabilicen o bajen y que sobran campesinos. No descubrimos nada nuevo. En el fondo, los productos que representan la mayor parte del valor añadido agrícola del país, como el porcino, la avicultura y las frutas y hortalizas, han estado y son sectores o escasa o nulamente protegidos, acostumbrados a lidiar en los vaivenes del mercado. Y no es descabellado pensar si no sería beneficioso para los propios agricultores el poder competir, libremente y sin subvenciones interpuestas, con los agricultores de otros territorios con productos altamente subvencionados. Sea como sea y dejando a un lado cálculos virtuales, es necesario que los payeses vayan dejando de mirar a la Administración y comiencen a mirar los mercados agrarios. Quizás de esta manera encuentren respuestas reales a los problemas reales. Aunque las respuestas no se presentan nada fáciles. En los últimos cincuenta años, el motor de cambio y el valor añadido generado en el sector de la alimentación se ha ido trasladando del campesino al industrial y, de éste, al comerciante. Con el recurso cada vez mayor de las familias a los platos y productos preparados, y las comidas cada vez más frecuentes fuera de casa, el centro de decisión en la cadena de producción alimentaria se aleja aún más del campesino. Ahora es el turno de las cadenas de restauración, sin descartar que las grandes cadenas de distribución rematen la labor en su empresa de dominio sectorial. En estas circunstancias, ¿qué papel le toca al payés o, si se quiere, al productor de materias primas agrarias? Asegurar un volumen importante y estable de producción, ofrecer un producto estándar y de garantías sanitarias y asegurar la producción en el tiempo previsto, además de las condiciones de presentación y precio que se deciden desde el distribuidor final. Ahora bien, ¿qué productor puede cumplir con estas condiciones? Pues sólo los productores grandes y tecnificados: lo que algunos llaman las factorías vegetales, en alusión a una organización y sistemas de producción que recuerdan los de una industria. La industrialización de la producción agrícola es un proceso que viene de lejos y que es más conocido con el nombre de modernización del campo, término que no suscita dudas y sí la adhesión del campesino. En definitiva; más tractores, más máquinas, más variedades de laboratorio... Ycon la aplicación de las biotecnologías y las nuevas tecnologías informáticas, ha de experimentar un nuevo salto. ¿Hacia dónde? Hacia más productividad y lo que los distribuidores finales pidan. Seguramente sobrará tierra para alimentarnos y habrá que ver lo que da de sí alguna otra demanda como la de los cultivos para energía (subvencionados), eso siempre que otros muy posibles imponderables no cambien las tendencias. Lo que sí está claro es que habrá cada vez menos empresas agrarias. Al fin y al cabo, 900 empresas se bastan para llevar las menos de 900.000 hectáreas de cultivo que existen, por ejemplo, en Catalunya. ¿Y QUÉ QUEDARÁ, después de todo, de nuestros payeses? Aunque los aires soplen de cara, no todo han de ser factorías vegetales. Algún espacio queda para los campesinos que subsisten bajo el paraguas de cooperativas modélicas. Algún espacio queda para los que se empeñan en hacer quesos, vinos, aceites y otros productos artesanales, a no ser que la sociedad pierda todo referente cultural pasado. Y alguna posibilidad de continuidad debería quedar también para los fruticultores y hortelanos de productos biológicos. También podría imaginarse un futuro diferente en el cual la sociedad se preocupase realmente por los problemas de salud que derivan de una alimentación desequilibrada y de productos deficientes, y valorase seriamente el patrimonio que durante milenios ha acumulado la agricultura. Entonces aparecería la necesidad de contacto del hombre con la tierra y se daría la oportunidad de rehabilitar la figura del payés. Pero, naturalmente, todo eso es mucho imaginar y la realidad acostumbra a traicionar los mejores sentimientos.
Comentaris